Por Olaf Merk, Administrador de Puertos e Industria Naviera en el Foro Internacional de Transporte de la OCDE.
Existe una enorme interdependencia entre las ciudades y la industria naviera. El barco a vapor transformó a las ciudades portuarias en nodos de una economía mundial cada vez más conectada. Los barcos porta contenedores redujeron drásticamente los costos del transporte marítimo e incentivaron la globalización, sin embargo esto significó también la decadencia de algunos de los puertos que en el pasado eran los más importantes, por ejemplo, Londres, Liverpool y Baltimore.
Hoy somos testigos de otra revolución en la industria naviera que va a cambiar profundamente el paisaje urbano: la llegada de los barcos ultra grandes y, en consecuencia, empresas navieras ultra grandes y puertos ultra grandes. Esto podría traducirse en el deterioro de los puertos ubicados agua arriba de los estuarios, que no pueden recibir barcos de gran calado, y en la aparición de más puertos offshore. La relación entre puerto y ciudad va a cambiar y planteará mayores desafíos.
La transición será costosa. Los puertos querrán estar “preparados para los megabuques” y no ser eliminados de la Liga de Campeones de puertos. Esto costará dinero: para grúas de mayor tamaño, canales de acceso más profundos, muelles más fuertes y zonas de transición con mayor capacidad. En muchos casos, se trata de dinero público, principalmente de las ciudades: más de la mitad de los puertos con escalas para megabuques son puertos que pertenecen a la ciudad.
Este proceso se ve facilitado por la mano de hierro que aplican las empresas navieras a los puertos: pueden presionar a los puertos para obtener descuentos en las tasas, inversiones y servicios adicionales, amenazándolos con la sanción máxima de no volver a realizar escalas en el puerto. Es una amenaza real que podría traducirse en pérdidas súbitas y masivas de carga para los puertos, dado que las navieras operan en alianzas que comparten buques.
Habrá profundas repercusiones sociales en las ciudades portuarias. Los megabuques conllevan picos: de un momento a otro, es necesaria una gran cantidad de manos extra para cargar o descargar el barco; manos que luego no se necesitan una vez que el megabuque se va. Por lo tanto, es preciso contar con mayor flexibilidad laboral, no solo dentro del puerto, para descargar rápidamente el barco, sino que también en toda la cadena de suministro, para retirar la carga rápidamente del puerto, en camiones o trenes y despacharla a las bodegas y los clientes.
Las ciudades portuarias se transformarán, literalmente, en ciudades que nunca duermen. La manipulación de la carga debe ser rápida: el tiempo es dinero; por lo tanto, las líneas de contenedores presionan a los puertos para que se automaticen con el fin de aumentar la velocidad de manipulación, lo que implica pérdidas de empleo en el actual clima económico lento.
Asimismo, los megabuques son fuente de contaminación del aire urbano. Han sido comercializados hábilmente como embarcaciones verdes, lo que podría ser cierto si los barcos estuvieran llenos, pero no es el caso ni lo será en los próximos años. En la práctica, los megabuques conllevan picos de emisiones, lo que resulta muy problemático, en particular, para los megabuques de cruceros que muchas veces atracan cerca de los residentes urbanos y que queman grandes cantidades de combustible incluso cuando están en puerto.
Además, los picos de carga generados por los megabuques se traducen en picos de tráfico de camiones hacia y desde los puertos, lo que provoca congestión urbana. Por ultimo, los megabuques requieren patios para contenedores más grandes, es decir, más terreno, que obviamente escasea en las ciudades portuarias, por lo que la aparición de los megabuques puede intensificar la batalla por el uso de suelo en las ciudades portuarias.
Existen otras desventajas, tales como los riesgos para las ciudades en caso de incidentes y los riesgos para las cadenas de suministro urbanas si se coloca demasiada carga en muy pocos barcos, en manos de unas cuantas empresas navieras; es decir, existen suficientes razones por las cuales preocuparse.
Sin embargo, no debemos desesperarnos. Las ciudades no deberían ser víctimas desamparadas: podrían conformar activamente el futuro del comercio marítimo global. Los alcaldes de las principales ciudades portuarias deberían analizar si sus expectativas se cumplen con barcos aún más grandes. Si la conclusión es negativa, podrían decidir colectivamente dejar de recibirlos.