Roberto Paveck es economista y académico, especialista en innovación y en gestión de puertos, además de columnista de PortalPortuario
Imagina a dos adolescentes con la oportunidad de presentar su proyecto en un congreso nacional, a 200 kilómetros de casa. Sin embargo, a solo 48 horas del evento, todo sale mal y el viaje se cancela. Esa fue la realidad que parecía el fin de un sueño para los alumnos Víctor de Toledo y Jônatas Gandra, de la Escuela Técnica Bento Quirino, en el interior de São Paulo —una historia que se transformó en una verdadera lección de resiliencia. El giro comenzó cuando el profesor Antônio Carlos decidió ayudarlos personalmente, ofreciéndoles transporte durante la madrugada del evento, un gesto que cambiaría por completo el rumbo de la historia.
Con parte del equipo imposibilitado de viajar, los dos pasaron la noche ajustando los detalles de la presentación hasta las dos de la mañana, durmiendo solo unas pocas horas antes de emprender el camino hacia Santos. En el trayecto, una nueva sorpresa: la presentación, que sería por la tarde, se adelantó a las 11:20. Llegaron apresurados, repartieron las intervenciones y, a pesar del cansancio, presentaron con la confianza de quienes creen en su propio trabajo. Como resultado de este esfuerzo, obtuvieron el primer lugar en el Congreso Nacional Integra Portos (CNIT) con un proyecto innovador que utiliza inteligencia artificial para optimizar la asignación de contenedores en los patios portuarios.
Esta historia va más allá de una victoria en un congreso. Simboliza el poder transformador de la educación técnica y cómo el estímulo adecuado, en el momento justo, puede cambiar trayectorias. Los puertos son, por naturaleza, espacios de prosperidad: generan empleo, ingresos y nuevas oportunidades. Pero esa prosperidad solo se sostiene con inversión en conocimiento y formación —algo que quedó evidente durante la 3.ª edición del CNIT, cuando la educación se mostró como el eje que sostiene el futuro del sector. Se debatieron los roles complementarios de la educación técnica, la licenciatura y la posgrado, cada uno con su contribución para formar profesionales calificados e impulsar la innovación.
Fue especialmente inspirador ver a casi mil alumnos de educación técnica participando en el evento —presentando proyectos, conversando con profesionales o asistiendo a los paneles. Para muchos, era la primera experiencia en un entorno corporativo, y es justamente en ese contacto inicial donde nacen vocaciones y se moldean futuros. Aun así, los números muestran cuánto queda por avanzar. Según el Banco Mundial (2023), la participación de jóvenes en programas de educación técnica y profesional en América Latina es generalmente baja, aunque existen excepciones en algunos países. En Brasil, por ejemplo, solo el 11 % de los estudiantes de educación media están matriculados en cursos técnicos, muy por debajo del promedio de los países de la OCDE, que es del 44 %.
Estos datos no representan únicamente un desafío educativo, sino también un obstáculo para sectores como el portuario, que dependen cada vez más de profesionales técnicos calificados para mantener su competitividad. Es a través de la educación profesional que descubrimos talentos como los de Victor y Jônatas —jóvenes que, con apoyo y oportunidades, transforman el aprendizaje en innovación. Iniciativas como la colaboración entre la Fundación Iochpe y el Centro Paula Souza, que conectan a estudiantes de educación técnica con empresas asociadas, son ejemplos de cómo ofrecer experiencias reales en el entorno laboral, mediante horas de capacitación y acompañamiento de profesionales. Muchos de estos jóvenes terminan siendo contratados y llevan consigo una visión más práctica, emprendedora y preparada para enfrentar los desafíos del sector.
Por último, debemos recordar que la educación técnica no es solo una etapa de formación, sino un puente hacia el futuro. Apoyar a estos jóvenes no exige que esperemos grandes cambios estructurales. Muchas veces, una charla, una conversación o un simple gesto de incentivo es suficiente para despertar talentos y abrir nuevos horizontes. Lo más fascinante es que, en este proceso, somos nosotros mismos quienes nos transformamos. Cada encuentro, cada intercambio de experiencias con estos jóvenes renueva nuestro sentido del deber, fortalece nuestro propósito y nos hace redescubrir el valor de nuestro propio camino. Al inspirar, aprendemos; al guiar, crecemos. Es en este ciclo de intercambio donde se construye no solo su futuro, sino también el nuestro.












































