Miguel Garín Alemany es Director de Desarrollo Internacional en Fundación Valenciaport.
Desde la época de los fenicios y desde la construcción del Puerto de Wadi Al Jarf en el Mar Rojo (primer puerto artificial del mundo) los puertos han tenido en su ADN un doble sentido, por una parte, una función estratégica- militar y, por otra, una función estratégica-comercial.
Sobre la función militar poco que decir. A lo largo de la historia ha quedado sobradamente demostrado que aquellos países con grandes armadas y puertos han sido líderes en la geopolítica mundial en las distintas épocas de nuestra historia, mientras que sobre la función comercial hay mucho que decir, porque aunque han pasado siglos y el objetivo fundamental de esa parte sigue siendo el mismo: la generación de valor.
El paso de los años, ha generado muchos cambios en los mismos y esos cambios han generado nuevos modelos de negocio, nuevos intereses, una nueva distribución de riqueza en el mundo y un cambio incesante que, como digo a mis alumnos, hace que la evolución de los puertos haya pasado de tener un crecimiento natural a un crecimiento exponencial.
Esta inagotable evolución portuaria es la que ha generado, en su camino a la adecuación a los nuevos entornos económicos y sociales, la aparición de unos nuevos valores portuarios, que hasta la fecha quizá existían, pero no con la importancia que ahora tienen y, de eso, es de lo que quiero hablar.
Es evidente que el objetivo de un puerto comercial sigue siendo gestionar e impulsar las importaciones y exportaciones de una zona, país o región y que esa actividad tiene un claro enfoque hacia la generación de valor para dichas áreas, sus industrias y sus habitantes.
Igual de evidente resulta que para conseguir ese objetivo, hay que tener una buena conectividad, una gestión de la producción y de tarifas óptima, y se les pide que generen una productividad óptima tanto para el puerto, como para los usuarios de este, ya sean navieras, operadores logísticos, cargadores, transportistas etc.
Pero igual de cierto es que estamos en el Siglo XXI y que tenemos un entorno de negocios y mercado y sobre todo un entorno social que piden algo más, un entrono donde no sólo les vale hacer “lo de siempre” por muy bien que se haga.
A los puertos hoy en día (y sobre todo en el futuro) se les pide algo más… Se les pide ser más ágiles en sus procesos y procedimientos y comunicaciones y se les pide ser mucho más sostenibles de lo que lo son actualmente. Y no hablamos de cumplir normativas y acreditarse en el cumplimiento de estas, hablamos de dar un paso adelante y tener sistemas y proyectos innovadores que faciliten esas nuevas funciones que demandan los mercados y la sociedad y que estos estén al mismo nivel de importancia de gestión que los valores clásicos relacionados con la producción.
Por tanto, estamos ante un escenario donde aparecen nuevos valores a ser desarrollados al máximo nivel, valores como una digitalización efectiva, práctica y útil, valores como un desarrollo de la innovación que se genere proyectos reales o valores como una gestión de sus emisiones e impacto en el medio ambiente acordes con los niveles que se espera de la industria del Siglo XXI.
Es, por tanto, el momento de potenciar estos nuevos valores al mismo nivel que los valores que tradicionalmente han dominado la gestión portuaria y ponerse en serio con los proyectos de digitalización que tanto tiempo se están proyectando, pero no implementando de una manera efectiva, ponerse en serio con planes de innovación que generen mejoras efectivas o ponerse en serio a desarrollar proyectos que permitan transformar un puerto convencional en un Puerto Cero Emisiones. Para ello, es necesario actuar en dos frentes: en las inversiones y en las personas.
Hablo de inversiones y no gastos, porque es algo más que demostrado que los importes que se gastan en ambos conceptos, tienen un retorno económico y social que superan con creces lo gastado. Y hablo de personas, porque más allá de la digitalización, automatización o proyectos innovadores, al final siguen siendo las personas las que toman aquellas decisiones que realmente son trascendentes en la gestión portuaria tanto diaria, como a largo plazo.
Es obvio, entonces, que el éxito en esas decisiones tanto operativas como estratégicas están, sí o sí, vinculadas a la capacitación o formación que han recibido los expertos que van a tomarlas.
Ya saben, no hay Smart Port sin Smart People y lo mismo sucede con la Gestión Medioambiental, no habrá Puertos Sostenibles sin expertos en Sostenibilidad Portuaria, o igualmente con la Innovación, que nunca se dará sin gente formada al respecto. Se necesita gente con conocimientos que estén a la altura de las nuevas necesidades portuarias y a eso nos dedicamos, a intentar ubicar estos nuevos valores en la primera línea de la Gestión Portuaria, incluso en la primera línea de los futuros modelos de Gobernanza Portuaria. El futuro llega muy rápido y debemos estar listos para estar a la altura de lo que se espera de nosotros.