Roberto Paveck: Oportunidad en medio de la tormenta

Roberto Paveck es economista y académico, especialista en innovación y en gestión de puertos, además de columnista de PortalPortuario


El naufragio del apóstol Pablo es uno de los episodios más impactantes del Nuevo Testamento, descrito en el capítulo 27 del libro de los Hechos de los Apóstoles. Pablo, prisionero rumbo a Roma para ser juzgado por el emperador, enfrenta una violenta tormenta en el mar Mediterráneo. Durante 14 días, marineros, soldados y demás pasajeros quedan a la deriva, sin saber si lograrán sobrevivir. En medio del caos, Pablo, aun sin autoridad formal, asume el liderazgo, calma los ánimos, orienta las decisiones y asegura que todos saldrán con vida. El barco naufraga, pero todos logran llegar a la isla de Malta, donde Pablo continúa con su misión.

Me gusta mucho esta historia, porque ofrece lecciones valiosas sobre cómo convertir el caos en oportunidad. Habla de nuevos comienzos en medio de la inestabilidad, algo que, en cierto modo, define la trayectoria de América Latina. A lo largo de las décadas, la región ha enfrentado turbulencias recurrentes, marcadas por ciclos económicos inestables, fragilidades institucionales y una baja integración productiva. El resultado es una estructura económica vulnerable, excesivamente dependiente de la exportación de materias primas y poco preparada para resistir a choques externos.

En ese mismo período, otras regiones avanzaron. Mientras América Latina mantuvo un modelo basado en la exportación de productos primarios, países asiáticos apostaron por la industrialización y el fortalecimiento de cadenas productivas sofisticadas. En 1980, el ingreso per cápita de China era diez veces menor que el de Brasil y casi veinte veces inferior al de Venezuela. Cuarenta años después, China lidera en áreas como tecnología, energías renovables e inteligencia artificial. En dirección contraria, América Latina vivió un proceso de desindustrialización que refleja una pérdida significativa de complejidad productiva.

Esa diferencia de trayectorias no puede explicarse por azar ni por contexto histórico. El avance asiático fue fruto de decisiones estratégicas, planificación a largo plazo y una ejecución disciplinada. Un ejemplo es Singapur, que en los años sesenta era una isla pobre y sin recursos naturales, y hoy se encuentra entre las economías más dinámicas del mundo. Su ex primer ministro, Lee Kuan Yew, solía decir que gobernaba pensando en la próxima generación, no en las próximas elecciones. Esa visión se tradujo en políticas públicas coherentes, inversión en educación, ciencia y tecnología, y un firme compromiso con la estabilidad institucional y la competitividad económica.

¿Por qué América Latina no ha logrado seguir un camino similar? Si algo demostraron los países asiáticos es que el desarrollo sostenible requiere continuidad, visión estratégica y articulación entre el gobierno, el sector productivo y la sociedad. En América Latina, en cambio, hemos enfrentado décadas de discontinuidad, escasa coordinación e inestabilidad institucional. Además, nuestras inversiones en infraestructura muchas veces solo sirven para facilitar la exportación de materias primas, sin fomentar la diversificación económica ni añadir valor a la producción.

Esa fragilidad también se refleja en el desempeño de nuestras universidades. Según el QS World University Rankings de 2025, menos de diez instituciones latinoamericanas están entre las 250 mejores del mundo. Esto refleja la falta de políticas consistentes que valoren la investigación y la innovación, elementos esenciales para cualquier proceso de industrialización. Seguimos desperdiciando nuestro mayor activo: las personas. Exportamos científicos, ingenieros y profesionales calificados, pero no les ofrecemos un entorno donde puedan desarrollarse.

Para cambiar ese escenario, es necesario invertir en las personas con la misma determinación con la que se invierte en infraestructura. Eso comienza con una educación de calidad desde los primeros años, continúa con el estímulo a la ciencia y el fortalecimiento de la investigación aplicada, y se consolida con el fomento a la innovación. Invertir en personas también significa crear un ambiente donde los emprendedores puedan prosperar, con menos burocracia, mayor previsibilidad y acceso a oportunidades. Solo así podremos aumentar la complejidad productiva de la región.

Así como Pablo convirtió el caos en una oportunidad para expandir su misión, también nosotros debemos ser capaces de transformar la inestabilidad en un nuevo comienzo. Las rutas hacia el desarrollo sostenible de nuestra región no son un misterio: ya están trazadas, probadas y documentadas. Sabemos lo que debe hacerse. Lo que falta ahora es la disposición para actuar. Los momentos de crisis no requieren solo resiliencia, sino también coraje para romper inercias, ajustar prioridades y construir caminos que realmente promuevan un futuro sostenible y competitivo para América Latina.


 

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